Muchas veces la inseguridad y miedos se ocultan bajo una máscara de orgullo y autosuficiencia que, en lugar de acercarnos a los demás, nos alejan.
El sabernos imperfectos nos permite contactar con energías cósmicas o superiores y también con el otro, que es un igual, pero que, como cualquier ser tiene la capacidad de servir en algún momento como maestro o guía en nuestro camino.
Si hay algo que contribuye a la desunión e impide la apertura del corazón y del centro emocional es el orgullo, el creer que uno no necesita ayuda, que lo sabe todo o que ya sabe qué tiene que hacer y no necesita que se lo diga nadie.
De este modo evitamos mostrar sentimientos, emociones, pensamientos, en un intento de protegernos contra el posible ataque de los demás, a los cuales consideramos extraños por el solo hecho de creer que están fuera de nosotros. Tenemos que mostrarnos duros ya que la vulnerabilidad nos hace sentir muy inseguros, por lo tanto construimos barreras de hormigón alrededor de nuestras emociones. Admitir que somos vulnerables, que necesitamos, implica perder el miedo a equivocarnos, a no ser perfectos.
A veces uno puede pensar que la gente tiene que adivinar qué es lo que necesitamos, que los demás tienen que darse cuenta por si solos y que si no lo hacen es porque no quieren o no nos quieren.
Otras veces el temor al rechazo es más fuerte y ese mismo orgullo impide que uno se «rebaje» a pedir algo. Quedamos expuestos a que el otro diga que no, o a sentir malestar por la crítica y no nos damos cuenta de que si es así no es que no nos quiera o no lo merezcamos, sino que en ese momento no está disponible o no está de acuerdo. Aceptar eso requiere de mucha humildad; significa admitir que podemos estar equivocados en nuestro modo de hacer o pensar las cosas.
Pedir ayuda también supone reconocer que necesitamos del otro, que somos vulnerables, que no lo podemos todo y estamos cediendo un poco nuestro poder. Lo que tenemos que entender es que ser vulnerable no significa ser débil. Reconocernos vulnerables es un acto de valentía. Sólo alguien realmente fuerte puede permitirse mostrar vulnerabilidad.
Uno puede autoengañarse construyendo una falsa imagen de apertura y escucha, algo así como pedir consejo o ayuda pero luego la ayuda que le mandan no es la que quiere o está dispuesto a aceptar, ya que lo sacaría de la posición de víctima de las circunstancias o tendría que admitir que el otro puede tener razón.
También a veces sucede que el haber tenido que asumir un papel de fortaleza en la vida, hace que formemos corazas que se van calcificando y endureciendo y a la larga van limitando nuestras conversaciones y nuestra manera de estar en el mundo. Se hace difícil vivir de una manera fluida y natural, sin miedos.
Reconocer que tenemos puntos débiles y que cometemos errores nos permite vincularnos a los demás de un modo más abierto y flexible. Si permitimos que las barreras se vayan cayendo también se disuelve el autoengaño y vamos tomando conciencia de las contradicciones interiores y los mecanismos repetitivos que nos alejan de los demás en lugar de acercarnos.